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Archive for enero 2010

Es hora de confesar otra de mis aficiones secretas. Me encanta apuntarme a clubs. Ya está, ya lo dije. Si alguien quiere convencerme de hacer cualquier cosa, tiene que disfrazarla con la palabra club por delante. Lo haré siempre que me dejen apuntarme con un largo formulario y me den a cambio un maravilloso carnet de pertenencia. Si además ese formulario tiene varios puntos donde dice «Firme aquí» ya me tienen enamorado.

No se muy bien de donde procede esta afición, ni cuando surgió en mí, pero tengo muchos ejemplos a lo largo de mi vida. Son clubs a los que me apunté y que realmente no eran nada, solo una excusa para mandarme publicidad a casa. Pero yo era (y soy) feliz con ello. Ejemplos que van desde el ya fallecido Club Megatrix hasta el muy pretigioso Club Vips. Estos tíos tienen hasta varios niveles de socios (lo que daría por una tarjeta Vips platino). Por supuesto también estuve apuntado al club de música de mi universidad. Todos ellos muy poco útiles la verdad. De hecho, creo que el único club del que he sacado algo en provecho (y esto sería muy discutible, ya que gracias a ese club me convertí en el friki que soy actualmente) es el videoclub de mi barrio. Las horas que podía pasar allí cuando era pequeño mirando todas las pelis que había son incontables.

Si tuviera que explicar la procedencia de esta afición, señalaría dos factores. Por un lado la pertenencia a algo. Me encanta saber que estoy en un sitio rodeado de gente con algún rasgo similar a mí. Normalmente esto es lo que indica un club. Una afición común. Es cierto que esto se ha pervertido mucho en los últimos días. Como dije antes, a día de hoy, un club solo sirve para que te llenen de publicidad de algo que supuestamente te gusta y que por lo tanto estarás dispuesto a comprar. Hay honrosas excepciones, pero pocas.

Por otro lado, un club también tiene un punto de elitista. De formar parte de algo de lo que no todo el mundo pueda formar parte. Esto, no sé muy bien por qué, pero me desata un sentimiento muy arraigado en mí que también me gusta. En el fondo sé que no soy más que un snob pijo con aires de grandeza. Lo sé y me avergüenzo de ello, pero de vez en cuando sale a la luz, como en este caso. Hay que volver a indicar que esta idea del elitismo se basa más en el concepto clásico de la palabra club que en su acepción actual, en la que lo único que separa a un socio de un club a alguien que no lo es, es el haber rellenado un formulario muy largo (seña de identidad de cualquier club que se precie) y en algunos casos pagar una cuota.

Y ahora llega la gran pregunta. ¿Para qué he contado todo este rollo anterior? Pues amigos, lo he contado para poder deciros que por fin, después de tantos años, ha llegado la recompensa de pertenecer a un club. Ese momento que yo sabía llegaría tarde o temprano (ha sido más bien tarde). El club que me ha dado esta gran alegría ha sido uno de los que menos me esperaba que me la fuera a dar dentro de mi gran cartera de club a los que pertenezco. El afortunado ha sido el grandioso «Club Carrefour». ¿Quién me iba a decir a mi que cuando la cajera me ofreció apuntarme, con ese formulario en la mano y una sonrisa diabólica, iba a cambiar mi vida? Pero sí amigos, lo hizo. Y de qué manera.

Ayer me llegó una carta que conteía, entre muchas más cosas, esto:

20% dto. en CARNICERIA (excepto en carnes y huevos)

Grandioso ¿verdad? ¿No es la mejor promoción que habéis visto en vuestras vidas? En efecto, es un ticket descuento de la carnicería que no es aplicable para comprar carne (ni huevos). ¿Qué podemos comprar con este ticket? Ah! ¿Quién sabe? Yo veo que claramente es una herramienta para favorecer nuestra imaginación, que la tenemos muy poco entrenada. Gracias señor Carrefour. Os pido a todos, por favor, un gran aplauso para ese gran pensador al que se le ocurrió esta oferta. En serio, hay que ser un auténtico genio para ello (y tener un par de huevos bien grandes también).

Creo que voy a aprovechar este fin de semana para darme de baja de todos mis clubs. Bueno… quizá aguante un poco más 😉 Venga, ¡a cuidarse!

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Ocurre que a veces, en según que lugares o ambientes te encuentres, estás con gente con la que no tienes mucho o nada que hablar. Gente con la que simplemente compartes un espacio y un tiempo de tu y sus vidas. Ejemplos hay muchos, pero actualmente el que me viene más rápido a la cabeza son los compañeros de trabajo. Es gente con la que tienes que convivir un largo tiempo pero que o bien te aportan poco o directamente nada (por supuesto hay enormes excepciones a esto, hay compañeros que hacen que el ir a trabajar merezca la pena).

El caso es que el pasar tanto tiempo con esta gente hace que irremediablemente exista una conversación. Mientras estás trabajando puedes abstraerte y pensar solo en tu trabajo (a mi esto se me hace complicado pero entiendo que haya gente que pueda), pero durante los necesarios descansos (dudo que nadie pueda trabajar más de 5 horas seguidas sin descansar) delante de un café o comiendo, se hace imposible el no hablar. Entonces es cuando se produce algo muy curioso. Como ya hemos dicho, es gente con la que compartes poco o nada, pero de repente surge un tema de conversación. El tema de conversación. Algo que os conecta a todos o a un grupo de personas, y la conversación surge sola. Esto está muy bien el día que lo descubres. Está muy bien los siguientes próximos días, ya que el tema da para más de una charla. Pero ahí viene el problema. El tema no da para muchas charlas más, pero es necesario tener más conversaciones, por lo que se sigue explotando y explotando el tema cuando, claramente, el tema ha dado todo lo que podía dar de sí.

En este momento es cuando llegamos a lo que he llamado la charla infinita. Un día tras otro, hablas de lo mismo con la misma gente. Escuchas los mismos comentarios. Surgen las mismas risas con los mismos chascarrillos. Toda la charla es como una especie de guión que ya todos conocen y que dura exactamente la media hora del café o la hora de la comida. Muchas veces es desesperante, pero lo peor de todo es que parece que a nadie le importa. Todos están cómodos porque al fin se ha encontrado un tema que da para hablar sin preocupaciones. Nadie intenta cambiar de tema o salirse del guión. Parece que un día tras otro, todo está preestablecido. Pero he de reconocer que hace esos momentos más sencillos. No tienes que pensar nada, sólo soltar el rollo de todos los días y dejar que el tiempo pase. Como ya dije es la charla infinita. Imposible escapar de ella.

Hay una variante que consiste en las charlas cíclicas. Consiste en cuando el grupo tiene más de un tema, más o menos unos cinco. Según la época del año se habla de uno o de otro. No se mezclan en la misma conversación, sino que tras unos meses de estar dale que dale con un tema se cambia y parece que todo es nuevo. El problema es cuando ya has vivido más de un ciclo.

No se si hay alguna solución a la charla infinita. Yo como mucho desconecto y aunque esté presente durante la charla, mi cabeza está pensando en cosas como escribir esta entrada en cuanto vuelva a mi puesto de trabajo. Espero que vosotros, amados lectores, no sufráis mucho este problema. Y si lo sufrís, que tratéis de luchar contra él. ¡¡Luchemos por tener conversaciones entretenidas!!

Por si acaso alguien no ha caído en la cuenta de las charlas infinitas que ha sufrido a lo largo de su vida, les daré algunos ejemplos que seguro que reconocen rápidamente. Hablar de los exámenes de la carrera con compañeros de universidad, comentar acerca del jefe con compañeros de trabajo, criticar asiduamente la calidad de la comida de una cafetería… Y aunque se sale un poco de la definición, yo sin duda también incluiría en el grupo de las charlas infinitas las discusiones políticas o deportivas.

Estén atentos, si no tienen cuidado pueden caer en una charla infinita en cualquier momento. Le he avisado.

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Buff. Se hace duro volver. Hace más de un mes desde que escribí mi pobre última entrada. Muchas cosas han pasado. Entre ellas hemos empezado un nuevo año (feliz año a todos y esas cosas). Este último mes ha sido un buen mes. Es lo que tienen las vacaciones (realmente no fueron vacaciones, pero eso lo dejaré para otra entrada). De todas formas, tengo excusa para no haber publicado nada. Una excusa de proporciones Bíblicas.

El caso es que había que volver al blog. Daba pena verlo así de parado. Y como en otras ocasiones, me volvió a ocurrir lo que me pasa cuando estás un tiempo sin escribir. El miedo. Miedo a no cumplir las expectativas de la gente que entra aquí esperando encontrar algo especial. Por eso no escribí nada antes, porque no tenía nada lo suficientemente bueno como para hacerlo (ni estaba sentado otra vez delante del ordenador del trabajo con mucho tiempo para llenar y pocas ganas de trabajar, todo hay que decirlo). Pero justo en ese momento vino a mi rescate (otra vez) ese gran amigo emigrante, como en los viejos tiempos, en tierras alemanas. De nuevo Alber me ofreció una de esas noticias que te dejan desarmado y cuya única respuesta al leerlas es la más profunda y sincera carcajada que he soltado en un buen tiempo.

Allá va, sin más rodeos. Leerla y regocijaos. Aquí.

¿Ya la habéis leído? ¿Ya os habéis secado las lágrimas de la risa? Bien. Me alegro. Es cierto que lo mejor de esta noticia es sin duda su titular. El becario que la escribió se ve que estaba graciosito, pero es que le quedó de lujo. Luego, una vez leída entera pierde parte de la gracia, pero no del todo. La escena de la gente en el entierro de ese pobre hombre llorándole y viéndole luego aparecer borracho allí es inmejorable. Es una parodia tan grande del mito de Jesús y su resurrección que cuesta creerla. Es grandiosa.

Esta historia sería la típica que se llevaría esa frase tan manida de «la realidad supera a la ficción», pero en este caso, hay precedente enorme en forma de canción que decía «No estaba muerto que estaba de parranda». Este Peret, además de rumbero era profeta.

Me dejo para el final un par de apuntes. El primero el pobre gerente de la funeraria, el señor Honorato (ejem), consternado por haber enterrado a alguien que no era quien creía ser y echándole las culpas a la familia. Pobre. Me deja el alma rota pensar en él.

Y el segundo el malo de la historia (siempre tiene que haber un malo). El dueño del apartamento de este pobre hombre resucitado a golpe de chupitos. No perdió ni un segundo en deshacerse de las pertenencias de nuestro héroe. Según se enteró de la noticia allá fue con su bidón de gasolina a quemar todo el piso. Yo no se vosotros, pero yo me lo imagino muy parecido a este otro señor:

Cámbienle la frase por «A quemarlo todo!!! Ole Ole» y ya lo tienen.

Bueno, hasta aquí la tontería del día. Deciros que ya vuelvo a estar activo y que seguiré dando la plasta por aquí más a menudo, 5 días a la semana de trabajo es mucho y no se bien como llenarlas. Un saludo.

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