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Posts Tagged ‘creatividad’

Vuelvo con uno de los temas que más me obsesionan y de los que más he hablado por aquí. La creatividad. Se podría decir que esta entrada continúa en cierta manera la que escribí hace tiempo titulada «Ese maldito número«. Os la resumo un poco. Allí, después de un extenso análisis llegaba a la conclusión de que gracias a la magia proporcionada por los sistemas digitales, cualquier realización artística podía quedar totalmente definida por un único y exclusivo número (un número muy largo pero un número al fin y al cabo).

Pues hoy voy a continuar un poco con esta reflexión. Voy a centrarme en la literatura porque es más sencillo ejemplificar, pero todo es extrapolable a cualquiera de las otras artes. El tema principal de todo esto es el hecho de si todo ya está escrito de antemano. El número de letras que existen (y por extensión de palabras) es limitado y por ello el conjunto de cosas que se pueden escribir con ellas es algo finito. De nuevo algo muy grande pero finito. La pericia del artista es la de discernir de entre todas las posibles combinaciones existentes las que son manifiestamente artísticas y proporcionan un valor añadido del resto. Esta habilidad es muy importante y por eso sólo un pequeño porcentaje de la población mundial a lo largo de la historia han sido grandes literatos, pero el caso es que cualquier persona, por puro azar podría ser capaz de escribir algo tan bueno o mejor que cualquier libro considerado una obra maestra.

Esto lo ha pensado mucha gente antes que yo. Platón o Borges ya escribieron sobre ello. Pero lo que me ha resultado gracioso, es saber que hay una parte de la comunidad científica bastante obsesionada con este tema. Estoy seguro que motivados por el eterno debate entre ciencia y arte, porque como decía el filósofo americano Sydney Hook, «la Madonna de Rafael sin Rafael, las sonatas y sinfonías de Beethoven sin Beethoven, resultan inconcebibles. En la ciencia, por otra parte, la mayoría de los hallazgos de un científico podría haberlos hallado perfectamente otro científico de su mismo campo». Esto condena al científico a una especie de anonimato. El científico debe descubrir algo antes de que otro lo haga, pero el artística debe crear algo que antes no existiera, nadie va a escribir el libro que yo escribiría.

Pues como iba diciendo, hay un gran número de científicos empeñados en desmentir esa afirmación y por ello quieren demostrar que de forma aleatoria se puede escribir una obra literaria de gran envergadura. Todo se sustenta en el teorema de los monos infinitos expuesto por Émile Borel en 1913, que decía que un conjunto de monos infinitos tecleando al azar los teclados de máquinas de escribir es probable que, por puro azar, consigan escribir cualquier libro que se encuentre en la Biblioteca Nacional Francesa. Pues hay un proyecto iniciado en el 2003 que trata de reproducir este teorema. Se trata de un programa informático que hace esto mismo. Teclea caracteres de forma aleatoria. Se trata de medir cuánto tiempo es necesario para que se escriba una obra de Shakespeare completa de principio a fin. Por ahora, se han conseguido los siguientes logros:

  • El 3 de enero de 2005 se encontraron 24 letras consecutivas que formaban un pequeño fragmento de Enrique VI, parte 2: «RUMOUR. Open your ears; 9r”5j5&?OWTY Z0d “B-nEoF.vjSqj[…«
  • Posteriormente, el mismo experimento, logró 30 letras de Julio César de Shakespeare: «Flauius. Hence: home you idle CrmS3RSs jbnKR IIYUS2([;3ei’Qqrm’».
Parece que aún queda bastante para conseguirlo. Podeis mirar más sobre este experimento en The Monkey Shakespeare Simulator.
Pues con todo esto, creo que queda claro que aunque estamos hablando de cifras finitas, son tan grandes que como buen ingeniero que soy he de determinar que como solución es infinito, por lo que a día de hoy se puede asegurar que el trabajo que realiza el artista, lo conocido como Creatividad, es un proceso mental al alcance de algunos pocos no reproducible. Seguiremos dependiendo de esos genios para alimentar nuestra voraz ansia de cultura que tiene nuestra sociedad.
Antes de irme os dejo con una pequeña reflexión que no tiene absolutamente nada que ver con esto pero que no sabía dónde ni cómo colocarla:
¿No es un chiste irónico que la construtora que va a construir el edificio más alto del mundo pertenezca a la familia de Osama Bin Laden? (info)
Ahí lo dejo. Saludos!!

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Tengo ganas de escribir esta entrada. Todo surgió ayer en una conversación con un compañero de trabajo. ¿El tema que la motivó? La piratería, el canon digital, la sentencia europea sobre estos temas… Típica conversación de un día de trabajo.

Bueno, creo que si soy capaz de escribir bien esta entrada (os aseguro que me supone un reto) llegaréis al estado mental en el que me encuentro y que no tengo claro cómo definir. Espero que os sorprenda. Por eso, voy a tratar de escribir la entrada en la manera en que se haría el proceso mental para intentar que la idea surja en vuestras cabezas y que esta entrada sea sólo una guía de pensamiento. A ver si lo consigo.

Lo primero puede que para algunos sea innecesario y algo pesado, pero creo que para la mayoría es totalmente necesario para comprender el resto del razonamiento. Necesito enseñaros algo sobre cómo funciona un ordenador y sobre el tratamiento digital de los datos, cualquier tipo de datos.

Los ordenadores trabajan en estados binarios. 1 o 0. Algo puede ser ON u OFF. Vale, esto creo que todos lo sabíais. La cosa es que cuando se trabaja con un ordenador, todo debe convertirse a una representación binaria pues es la que seremos capaces de procesar. Si, Por ello, hay que trabajar en base binaria. Voy a explicar que significa esto.

Nosotros trabajamos en base decimal. Esto quiere decir que nuestros números van del 0 al 9. Si aumentamos una unidad ya estaríamos en las decenas. A 10 decenas pasaríamos a las centenas. Y así sucesivamente. Los ordenadores hacen lo mismo, pero solo trabajan de 0 a 1. Al aumentar una unidad más, ya se pasaría a «sus decenas» (no es un buen nombre) y así sucesivamente. Lo vemos con un par de ejemplos:

Base decimal: 008, 009, 010, 011, 012, …, 098, 099, 100, 101, …
Base binaria: 000, 001, 010, 011, 100, 101, …

Por supuesto, un número binario se corresponde con un número decimal y viceversa. Lo vemos:

Número binario: 100111011 = 1*2^8 + 0*2^7 + 0*2^6 + 1*2^5 + 1*2^4 + 1*2^3 + 0*2^2 + 1*2^1 + 1*2^0 = 256 + 32 + 16 + 8 + 2 + 1 = 315

(* significa multiplicar y ^ elevar)

No sé si se habrá entendido bien este proceso pero hemos visto que el número binario 100111011 es igual al número decimal 315. Si queréis entender un poco mejor esto o directamente entenderlo porque no lo he explicado nada bien, podéis leer la siempre socorrida wikipedia

Seguimos. Una vez que sabemos que los ordenadores sólo trabajan con número binarios, es necesario saber a que nos referimos cuando digo «trabajan». Me voy a limitar únicamente al tema sobre el que trata esta entrada que son los datos almacenados en nuestro ordenador. Con esto me refiero a documentos de texto, fotos, vídeos, música… estas cosas comunes de todos los días. Pues estas cosas, que cuando nosotros las vemos nos parecen textos, fotos, vídeos o música, para los ordenadores no son más que un conjunto de 1s y 0s, lo que en informática se conocen como bits. Os lo explico un poco mejor.

Parto del ejemplo más sencillo que es el texto. Para un ordenador, cuando trabaja con un texto, cada letra está representada por un número, que por supuesto es binario. Según el tipo de documento que estemos utilizando (si es de word, del bloc de notas, una página web…) cambiará la representación. Pueden ser números más grandes o más pequeños, pero siempre es un número (creo que los más listos ya sabrán por dónde van los tiros de esta entrada, pero sigo).

Vamos a verlo todo con un ejemplo clarificador. Pensemos en la palabra «HOLA». Si utilizamos la codificación más típica, que utiliza 8 bits para cada letra, vemos que la palabra HOLA, será procesada como:

H = 72 => 01001000
O = 79 => 01001111
L = 76 => 01001100
A = 65 => 01001000

Por lo tanto HOLA = 01001000010011110100110001001000 => 1213156424 en decimal. Podemos ver que cuando trabajamos en el mundo digital, la palabra HOLA equivale unívocamente al número 1213156424 y no a otro.

Ahora pensemos más a lo grande. Un libro. Un libro no es más que un conjunto de palabras ordenadas y por tanto de letras, y por lo tanto de bits. Así que si cogemos todas las letras de un libro, las convertimos en el número binario y ese número lo pasamos a su representación decimal obtendremos un número. El que sea, muy grande seguro, pero un número. Con esto quiero decir que cualquier libro equivale únicamente a un número cuando trabajamos en el mundo digital. Todo lo que el autor ha pensado, todas las horas que ha gastado para crearlo, todo el trabajo, se reduce únicamente a un número. Un número que alguien con mucho tiempo podría haber tecleado aleatoriamente y luego hacer la conversión contraria. Un maldito número. ¿Os imagináis? Escribo un número de chorrecientas cifras, le doy a convertir en letras (hay programas que lo hacen) y me sale el Quijote. ¿O por qué no un libro mucho mejor que aún nadie ha escrito? ¿Por qué no dedicarme a registrar todos los números por si de alguno sale una obra maestra?

Por supuesto, esto que os he explicado sobre los libros, es exactamente igual en otros tipos de datos, como música, fotos o vídeos. Es más complejo el proceso de codificación, pero al final el proceso es el mismo. Vas a obtener un número. Un número mucho más grande (por eso una película ocupa mucho más que una canción que a su vez ocupa más que una foto y mucho más que un libro), pero un solo número. Asusta. Toda obra de arte reproducible en formato digital se reduce a ser únicamente un número. Con esto dejo fuera a la pintura, la danza, la escultura, la arquitectura (aunque los planos sí serían un número) o el teatro (lo mismo ocurre con el libreto).

Cuando piensas en esto, ¿dónde queda el arte? ¿Podrían las máquinas componer una música mejor que la Mozart por el simple hecho de prueba y error, probando con todos los números? ¿Se puede generar una fotografía de la nada que signifique la cosa más bella jamás vista? ¿Todo el proceso de creación de una película, con todas las personas que están involucradas, todos los gastos, material, horas de trabajo, se podría reducir a dar con el número correcto? Desanima un poco. Viéndolo desde este punto, ¿qué es la creación o creatividad? ¿Encontrar el número correcto?

No lo creo. Hay dos cosas que para mí, destrozan esta teoría. Vale, admitimos que una obra = un número, sí o sí. Aquí no hay duda ni refutación. Pero vamos a darle una vuelta y para ello volvamos al ejemplo de HOLA. HOLA = 1213156424. Vale. Pero estamos diciendo que una palabra de 4 letras equivale a un número de 10 cifras. Sólo ese número. Ahora supongamos un libro. Las cifras serían escandalosas. Dar con ese número que suponga la gran obra maestra que estamos buscando podría ser un trabajo mucho más laborioso (en términos de tiempo) que escribir ese libro. Es prácticamente imposible dar con ese número mágico que haga de tí el mejor escritor de la historia. A día de hoy y con las herramientas computacionales existentes no es viable (en un futuro…). Por otro lado, en caso de dar con el número correcto, que sería eso. Sería como un descubrimiento. Como cuando Colón se encontró sin querer con América. No es una creación. No se ha puesto a pensar que quería hacer. Simplemente la encontró ya hecha en ese baúl escondido en el lugar más recóndito del mundo, prácticamente inaccesible. Eso no es arte. Eso no es nada. Por eso el proceso creativo, no sólo es necesario sino que, es el único válido para que el arte exista.

Aunque esto último, abre otro interesante debate. Si se puede encontrar ese número mágico que descubra el gran libro secreto, significa que ese libro ya ha sido escrito. Lo único es que nadie lo ha puesto en palabras entendibles por nosotros. En que lugar deja eso a la creación. Quiero decir, cualquier cosa que escribamos, fotografiemos, compongamos y toquemos o grabemos ya existe. Es uno de los infinitos números que existen. Aquí dejo este punto. Que cada uno desarrolle sus ideas.

Como os dije al principio, no tengo muy claro que pensar acerca de todo esto. Me ha puesto la cabeza del revés y aún no tengo nada claro. Escribo esta entrada con tres motivos. Primero, tratar de aclarar un poco mi cabeza exponiéndolo de forma explicativa (cada vez utilizo más este blog como mi psicólogo personal). Segundo, transmitiros estas ideas, que como poco me parecen muy interesantes. Y por último, tratar de haceros partícipes de este debate y extenderlo un poco en los comentarios, que seguro que tenéis mucho que decir.

Espero que os haya interesado, que os haya hecho pensar y especialmente que haya conseguido explicarlo bien. Un saludo. Yo sigo aquí pensando.

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Si hay algo que de verdad me interesa, inquieta e incluso me obsesiona es el cerebro y su funcionamiento. Especialmente en todos lo temas que implican a ese hecho conocido como la Creatividad.

Entiendo que la creatividad es una respuesta natural que ha desarrollado el ser humano para combatir los diferentes problemas que se plantean. De hecho, no creo que sea algo inherente al ser humano, sino a cualquier especie animal. En función de la complejidad de los problemas a los que se enfrentan las distintas especies, su nivel de creatividad es mayor o menos. Así, según fueron complicándose más y más los problemas, el pensamiento lógico y creativo tuvo que irse haciendo mayor cada vez. Por eso, no hay duda de que el ser humano es el animal más creativo que hay en la Tierra.

Lo que ocurre, es que paralelamente al proceso de resolución de problemas que (creo) fue el máximo impulsor del desarrollo, se desarrolló otro tipo de creatividad que es la que realmente me obsesiona. Hablo de la creatividad artística. No sé hasta qué punto ambos pensamientos creativos son de diferentes. Igual estamos ante lo mismo pero proyectado sobre diferentes problemáticas (una sería, cómo voy a comer hoy, la otra sería como voy a rellenar esta página en blanco). No lo sé. Todo lo relacionado con el cerebro (y especialmente en estos temas) es un absoluto misterio. Quizá de ahí provenga mi interés (siempre me han gustado los misterios).

El caso y la razón de ser de esta entrada es que, poco a poco, se va descubriendo ese misterio. Las últimas técnicas de imágenes cerebrales nos permiten empezar a conocer cómo funciona nuestro cerebro al enfrentarlo a diferentes situaciones. Hoy vengo a hablaros de un reciente estudio que tenía como objetivo el estudiar la actividad cerebral durante la improvisación musical. Fue realizado gracias al trabajo de investigación de Aaron Berkowitz (etnomusicólogo en la Universidad de Harvard) y Daniel Ansari, (psicólogo de la Universidad de Ontario Occidental).

El estudio consistía en, mediante escáneres cerebrales de resonancia magnética funcional por imágenes (fMRI), observar qué partes del cerebro se activaban y cómo interactuaban entre sí, cuando músicos improvisaban con sus instrumentos. Los músicos utilizados para el estudio fueron 12 pianistas de formación clásica, con edades de entre 20 y 30 años, y unos 13 años de entrenamiento en la interpretación con su instrumento.

Aislar la creatividad es un reto muy difícil y no es el objetivo del estudio. El resultado esperado no era encontrar una región cerebral que haya pasado inadvertida hasta el momento y que sea específica para esa función, por ejemplo la «región cerebral de la improvisación», en el caso de la música. Lo que se buscaba era averiguar qué áreas cerebrales están involucradas en un determinado proceso creativo, como la improvisación musical. Con esto se espera entender qué función desempeña cada región en el proceso en cuestión.

Los resultados obtenidos fueron que existe una superposición entre la improvisación melódica y la improvisación rítmica en tres áreas cerebrales:

-La corteza premotora dorsal (dPMC): recibe información sobre dónde se halla el cuerpo en el espacio, traza un plan motor y lo envía a la corteza motora para que lo ejecute. La improvisación musical es un actor motor.

-La corteza cingulada anterior (ACC): involucrada en la resolución de conflictos. En la improvisación musical esto es fundamental, pues se decide continuamente qué tocar y cómo tocarlo.

-El giro frontal inferior / corteza premotora ventral (IFG/vPMC): participa en el proceso de la comprensión del lenguaje y la expresión oral. También se activa cuando la gente escucha y capta debidamente la música, pero en el estudio se ha mostrado que además interviene en el proceso de creación musical.

No sé si os ha parecido interesante, pero a mí me encanta comprender como funciona nuestro cerebro. Espero que a vosotros también.

Un saludo

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Vuelvo a escribir sobre un tema del que me gusta mucho hablar. No, no voy a hablar sobre gente que se tira pedos. No, tampoco sobre el apocalipsis. Esta vez es serio. Voy a hablar de nuevo sobre la creatividad. Es un tema que me apasiona. Relajaos y poneros una música que os guste, porque esta entrada me ha salido un poco larga. Sólo espero que os guste.

Leyendo uno de los muchos blogs que suelo leer (esto es otro tema del que hablaré otro día), me encontré con una serie de artículos de los que me suelen interesar. Voy a tratar de haceros un resumen aquí, ya que creo que los artículos en sí mismos hablaban de demasiadas cosas y yo me quiero centrar en sólo una de ellas que hacía de nexo de unión de todos ellos. Al final de mi entrada os doy las referencias necesarias para que veáis que no me he inventado nada de lo que aquí escribiré y por si queréis profundizar en el tema.

Voy a tratar de hacer una reflexión sobre varios temas que están muy ligados todos ellos. Así, en plan titular, hablaré de la inteligencia, de la creatividad, de los genios, del talento innato, del trabajo para conseguir el éxito.

No es fácil empezar. Si hacemos una encuesta rápida, seguramente más del 90 % de la gente (yo incluido que quede claro) piensa que la inteligencia es una de las características que seguramente posean la mayor parte de las personas que han alcanzado un éxito en su carrera laboral, especialmente en perfiles profesionales de tipo más reflexivo, véase científicos, abogados, periodistas, escritores… Una persona que también pensó lo mismo fue Lewis Terman. Esta persona fue un reconocido psicólogo estadounidense que destacó como un pionero de la psicología cognitiva en el siglo 20 en la Universidad de Stanford. Se hizo famoso porque a principios del siglo XX fue el inventor del Stanford-Binet IQ test, el conocido como el test del coeficiente intelectual. Este test mide la capacidad intelectual de las personas y se basa en pruebas de convergencia: se obliga a revisar una lista de posibilidades y converger en la respuesta correcta. El test de Terman cifra el umbral de la genialidad en 140.

Pues la vida de nuestro amigo Lewis Terman cambió radicalmente cuando justo después de la Segunda Guerra Mundial descubrió a Henry Cowel. Un chico pobre con grandes problemas de adaptación que había estado sin escolarizar desde los 7 años. Trabajaba como portero en la universidad de Stanford, pero abandonaba regularmente su puesto para ir a tocar el piano de la escuela con una maestría increíble. Eso llamó mucho la atención de Terman y decidió hacerle pasar por su test, obteniendo una nota bastante superior a los 140 puntos que diferencian a los genios. Este hecho le hizo pensar a Terman en cuántos genios desconocidos había por el mundo a los cuales nadie les había dado su oportunidad.

Entonces Terman tomó una decisión. Iba a encontrar a todos los chicos como Cowell para encauzar su genio de forma provechosa y socialmente positiva. Un grupo destinado a formar las futuras elites de Estados Unidos, líderes que hicieran avanzar la ciencia, el arte, la política, la educación y la asistencia social en general. Unos intelectuales organizados a los que llamarían los Termitas. Comenzó buscando personalmente a los primeros Termitas y encontró a gente con habilidades increíbles debido a sus grandes capacidades intelectuales. Posteriormente generalizó la búsqueda para hacerla más global ayudado por otros investigadores de toras universidades a lo largo de todo el planeta. El resto de su vida, Terman vigiló a su ejército de superhombres, sometiéndolo a todo tipo de rastreos, pruebas, mediciones y análisis. Todas sus conclusiones las registró en gruesos volúmenes rojos titulados Estudios genéticos del genio.

Todo esto puede parecer razonable. ¿Qué mejor que un grupo de personas intelectualmente superiores en los que delegar los problemas más complejos del mundo? Pero el caso es que Terman se equivocó. Los Termitas fueron un fracaso. Lewis Terman, no había reparado en un pequeño detalle: el CI no es el único factor que determina la genialidad de una persona.

Se han llevado a cabo numerosas investigaciones en una tentativa de determinar cómo el rendimiento de una persona en una prueba de CI se traduce en éxito en la vida real. Y se ha descubierto que la relación entre éxito y CI funciona sólo hasta cierto punto. Una vez se alcanza una puntuación de unos 120, el sumar puntos de CI adicionales no parece repercutir en una ventaja mesurable a la hora de desenvolverse en la vida real. Una persona con un CI de 170 tiene más posibilidades de pensar eficientemente que una persona con un CI de 70. Pero una vez cruzado el umbral de 120, entonces las posibilidades se diluyen. El premio Nobel tiene tantas posibilidades de recaer en un CI de 130 como en un CI de 180.

Un ejemplo que refuerza esta idea la encontramos en la discriminación positiva que existe en algunas universidades, como la de Michigan. Alrededor del 10 % de los estudiantes que se matriculan al año son miembros de una minoría racial, aunque sus notas de acceso no sean tan competentes como el resto de personas (aunque igualmente sean calificaciones brillantes). La Universidad de Michigan decidió hacer un seguimiento de cómo les había ido a estos estudiantes de Derecho después de terminar la carrera. Examinaron todo aquello que pudiera servir como indicativo de éxito en el mundo real. Los resultados indicaron que les iba exactamente igual de bien que al resto de los alumnos. No había diferencias significativas.

Entonces, se puede decir que la inteligencia importa a partir de cierto umbral, pero una vez sobrepasado, una mayor inteligencia no garantiza el éxito en la vida. Una vez asumido esto, es importante analizar cuáles son los factores determinantes una vez superado ese umbral de inteligencia a la hora de ser brillante.

Para realizar este análisis vamos a utilizar lo que se conocen como pruebas de divergencia, en lugar de las pruebas de convergencia que se utilizan en los test de CI. En las pruebas de divergencia no hay una respuesta correcta única. Lo importante es el número y la singularidad de las respuestas dadas. Este tipo de pruebas tratan de medir aspectos como la creatividad. Un ejemplo, escribid todos los usos diferentes que se os ocurran para los siguientes objetos: un ladrillo y una manta.

Esta es la respuesta que dio Florence Hudson, una chica prodigio, con uno de los CI más altos de su escuela:
Ladrillo: Construcción, lanzamiento.
Manta: Proteger del frío, sofocar un fuego, como una hamaca o parihuela improvisada.

Florence sólo es capaz de ofrecer los empleaos más funcionales y comunes de esos objetos. Son respuestas correctas, pero no va más allá.

Ahora veamos la respuesta ofrecida por un tal Poole, de un instituto británico de nivel superior:
Ladrillo: hacer la compra cuando la tienda está cerrada. Ayudar a sostener en pie las casas. Para jugar a la ruleta rusa y mantenerse en forma al mismo tiempo (diez pasos ladrillo en mano, media vuelta y lanzamiento; prohibida toda acción evasiva.) Para poner encima de la manta y que ésta no se caiga de la cama. Para romper botellas de Coca-Cola vacías. O llenas.
Manta: Para tapar una cama. Para practicar sexo ilícito en el campo. Como tienda de campaña. Para hacer señales de humo. Como vela para un barco, carro o trineo. Como sustituto de una toalla. Como blanco de tiro para miopes. Como salvavidas para gente que salta de rascacielos en llamas.

Esta fue la razón que hizo que el proyecto de los Termitas fracasara. Los Termitas eran robots que estaban muy bien valorados a la hora de cumplir su programa robot. Pensaban de una manera lógica casi perfecta, pero no eran capaces de enfrentarse de la manera necesaria a problemas en los que la imaginación era una pieza clave. Problemas que te encuentras cuando tu objetivo es encontrar la solución a los problemas de la raza humana. ¿Quién creéis que tiene más posibilidades de hacer el tipo de trabajo brillante e imaginativo que gana premios Nobel? Los Termitas no conseguían salirse de la raya a la hora de buscar soluciones y por ello no eran capaces de encontrarlas.

De todas formas, por conocer la historia completa, hay que decir que a los Termitas no les fue nada mal. Sus niveles de vida tendieron a ser altos, aunque nada extraordinarios, a pesar de ser genios exhaustivamente seleccionados. Sus carreras profesionales fueron bastante normales, aunque algunos fracasaron en ellas. Más o menos como cualquier otro ser humano que obtiene una alta educación.

En una crítica devastadora, el sociólogo Pitirim Sorokin demostró en cierta ocasión que, si Terman se hubiera limitado a elegir al azar un grupo de niños con entornos familiares parecidos a los de los Termitas (absteniéndose por completo de calcular su cociente intelectual), habría reunido un grupo autor de logros casi equivalentes a los de su grupo minuciosamente seleccionado de genios.

De todas formas, abandonemos a Terman y sus Termitas porque esto aún no ha acabado. Sigo relacionando temas y artículos y ahora os quiero hablar de otra cosa pero que está muy relacionada. Prácticamente todos asociamos el éxito de una persona a una mezcla de trabajo duro y un especial don. Ahora lo que quedaría por ver es cuanta importancia tiene ese trabajo dura y cuanto ese talento innato a la hora de sobresalir en alguna actividad. ¿Y si fuera verdad aquello de que cualquier trabajo es un 1 % de talento o suerte y un 99 % de transpiración?

Es evidente que el talento innato existe. No podemos obviar que las personas nacen con distintas características y habilidades naturales. Sin embargo, cada vez más experimentos psicológicos confirman que importa menos de lo que pensábamos el talento innato que el nivel de preparación.

Uno de los estudios más famosos al respecto es el que llevó a cabo a principios de 1990 el psicólogo K. Anders Ericsson y dos de sus colegas en la elitista Academia de Música de Berlín. Allí dividieron a los violinistas en tres grupos:
Grupo 1: las estrellas, los que tenían más potencial para ser músicos de talla.
Grupo 2: los que eran juzgados por sus profesores como simplemente buenos.
Grupo 3: los estudiantes que tenían escasas posibilidades de acabar dedicándose profesionalmente a la música.

A todos los estudiantes se les había preguntado cuántas horas habían practicado aproximadamente con su violín desde la primera vez que tomaron uno. En los tres grupos la respuesta fue parecida: todos empezaron a tocar alrededor de los 5 años de edad, y todos practicaban unas 2 o 3 horas semanales. Las diferencias en cambio comenzaron a surgir al hablar de sus prácticas a partir de los 8 años de edad. Los estudiantes del Grupo 1 respondieron que a esa edad duplicaron las horas de prácticas. A los 16 años, ya practicaban 14 horas semanales. A los 20 años era posible que algunos ya practicaran unas 30 horas semanales. Más o menos, todas las horas de práctica sumarían unas 10.000 horas. Ninguno que practicara menos podía colarse allí, y viceversa. Los miembros del Grupo 2 sumaban como máximo 8.000 horas. El Grupo 3, apenas 4.000 horas.

Esos resultados eran demasiado precisos para resultar ciertos. ¿Todo se reducía al número de horas invertidas por los estudiantes? Para asegurarse de que no habían asistido a una especie de casualidad, repitieron el mismo tipo de experimento con una clase de pianistas. Se repitió exactamente el mismo resultado. El patrón era idéntico. Los pianistas más sobresalientes siempre habían sumado al menos 10.000 horas de prácticas en toda su vida.

Este resultado era del todo contra intuitivo. Ericsson no encontró músicos natos, esa clase de músicos que parecen nacer con el don de tocar brillantemente, como si lo llevaran escrito en los genes. Ericsson concluyó que una vez que se demuestra cierta capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue al intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar. Los músicos que están en la cumbre no trabajan un poco más, trabajan muchísimo más que el resto. No hay otro secreto.

El neurólogo Daniel Levitin lo expresa así en su libro El cerebro y la música:
“La imagen que surge de tales estudios es que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de dominio propio de un experto de categoría mundial, en el campo que fuere. Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o de lo que sea, este número se repite una y otra vez. Desde luego, esto no explica por qué algunas personas aprovechan mejor sus sesiones prácticas que otras. Pero nadie ha encontrado aún un caso en el que se lograra verdadera maestría de categoría mundial en menos tiempo. Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero.”

Ahora haciendo unas pequeñas matemáticas podemos comprobar que esas 10.000 horas que necesita el cerebro para, gracias a su plasticidad, volverse especialmente diestro en alguna actividad, equivalen aproximadamente a unos 10 años.

Por supuesto, nadie te garantiza el éxito en una actividad una vez logrado el talento. Uno puede estar 20 años escribiendo 10 horas al día y ser rechazado sistemáticamente por todas las editoriales del mundo. Porque lo que finalmente distingue una carrera de éxito de otras muchas carreras suele ser normalmente una combinación de oportunidades extraordinarias y suerte. Pero ello no invalida que, neurológicamente, 10.000 horas de práctica, 10 años de tesón e ilusión, es el mínimo requerido para que una persona alcance la excelencia en la realización de una tarea compleja.

Y hasta aquí llega mi post de divulgación científica de esta semana. No sé, me pareció muy interesante todo esto. Resumiendo un poco. Para triunfar en una actividad es necesaria tanto la inteligencia como un talento natural, pero que una vez sobrepasados unos umbrales de estas características, cobran mucha más importancia otras como la creatividad del individuo a la hora de solventar los problemas u obstáculos y muy especialmente el trabajo dedicado a la actividad. Alguien muy listo y talentoso no conseguirá triunfar si se queda solo en eso. Posiblemente parta con cierta ventaja sobre otro individuo, pero al final tendrá que trabajar muy duro para conseguir sus objetivos.

Espero que no se os haya hecho muy duro de leer y que os haya gustado. Un saludo.

Fuentes: Genciencia, El cerebro y la música de Daniel Levitin y Fueras de serie de Malcom Gladwell

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Siguiendo un poco la estela de la entrada escrita por mi compañero ayer (siento escribir una tan pronto y pisarte el protagonismo) me siento totalmente obligado a compartir con todos vosotros un par de videos de una conferencia dada por Ken Robinson.

Es una conferencia impresionante sobre la educación y la inteligencia de las personas y que creo que da en el clavo en casi todas las cosas que dice. Y lo mejor de todo es que todo lo que dice, lo dice de forma divertida. Mi primera intención era escribir un post sobre esto, pero es que nunca podría haberlo escrito mejor que él, así que directamente os dejo disfrutar de esta conferencia (en total son 20 minutos así que buscar un hueco para verla, merece mucho la pena).

Espero que os haya gustado tanto como a mi.

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